Kaiji continúa jugando hasta que se bloquean los hoyos perdedores incluso en el tercer plato; sin embargo, Ichijō tiene el arma final: chorros de aire alrededor del hoyo ganador para desviar las bolas. En el silencio silencioso, Kaiji escucha el sonido del silbido del aire y deduce lo que ha hecho Ichijō. Cuando Kaiji se queda sin pelotas para jugar, los hombres de seguridad de Teiai vestidos de negro llegan para llevarlo de vuelta a la clandestinidad. Kaiji propone llamarlo empate a Ichijō, quien se niega, lo que obliga a Kaiji a jugar las bolas que le quedan y orar por un milagro.